A principios del siglo XX, y a resguardo del modernismo, aparecerá un grupo de artesanos-artistas muy especializados que dará impulso a una intensa actividad en el campo de la cerámica artística, lo que supondrá el primer reconocimiento de los valores estéticos y decorativos de la cerámica por encima de los valores de función y uso. Estos primeros artistas se dedicarán –algunos plenamente– a abastecer un mercado floreciente con piezas hasta entonces desconocidas.
A partir de 1940 el descenso de la producción de alfarería tradicional empeora, hasta un punto casi terminal, de forma paralela a la consolidación de los grandes cambios culturales, económicos y sociales hacia un modelo de sociedad mucho más urbana e industrial. También contribuye a este descenso la aparición de nuevos materiales substitutivos de la cerámica, como el plástico o el acero inoxidable. Una situación de desestructuración de la cerámica que habría sido terminal si a partir de los años cincuenta no se hubiera producido el “boom” del turismo. La aparición y posterior consolidación gradual del fenómeno turístico permitirá que algunos obradores bisbalenses reorienten su producción y se adapten a las nuevas necesidades, transformando las antiguas vasijas de alfarería en objetos básicamente decorativos.
A partir de ese momento y hasta la fecha, la cerámica artesana vivirá una transformación gradual, variando sus usos y utilidades tradicionales en función de las exigencias estéticas de este nuevo público, adaptando sus diseños y colores a los gustos de los nuevos consumidores y abarrocando las formas y las técnicas decorativas. No obstante, esta circunstancia tuvo consecuencias importantes en el tipo de producción y, a partir de este momento, los objetos perderán el sentido del equilibrio y coherencia que habían tenido hasta entonces.