Los obreros y las obreras mantenían una vida marcada por los horarios laborales. El control del horario supuso una transformación en el mundo laboral, con una nueva organización y disciplina. La señal para empezar y acabar la jornada laboral era un toque de campana o, más habitualmente, una sirena. En el año 1913 la jornada laboral de un obrero solía ser de unas 11 horas. Las condiciones de trabajo eran duras: largas jornadas, mucha humedad, aire viciado por el polvo y las motas de fibra, ruido, etc. Los sueldos eran bajos y las mujeres solían cobrar menos, debido a que los salarios entre hombres y mujeres no eran iguales.