Entrado enero, llegaba el momento de la matanza del cerdo. Por la mañana, después de desayunar y de haber bebido el vaso de barretxa (aguardiente con vino), el matador degollaba el animal. La mondonguera recogía la sangre en un perol y se procedía a chamuscar al animal sobre el fuego alimentado con zarzas, o se lo escaldaba en agua hirviendo. Una vez pelado, se le pesaba con la romana, le cortaban la cabeza y los pies, lo abrían para vaciarlo e iban troceando la carne. La mondonguera lavaba los intestinos, que quedaban listos para embutir las morcillas y las longanizas. Conservados con bastante sal, los jamones y el tocino acompañarían muchas comidas a lo largo del año.