Uno de los oficios más antiguos y con más arraigo en el Pirineo es el de pastor. Esta relevancia hace que esté muy bien representado en el museo. La trashumancia, el veraneo en la montaña, los trabajos de invierno, las ferias y los tratados de hierbas o los entretenimientos, cobran vida nueva a través de los objetos que se exponen. La larga tradición de su uso facilitaba el aprendizaje, de generación en generación, de la complejidad del oficio.
En verano de 1923, el llamado Grupo de folcloristas de Ripoll se alojó brevemente en los llanos de Anyella, estancia que cristalizó con la publicación de la obra de Salvador Vilarrasa, La vida de los pastores, y en un mayor conocimiento del mundo pastoral y de sus canciones, poemas y relatos. Los hombres y sus perros pastores, que vigilan rebaños de miles de ovejas en los inmensos pastos pirenaicos, en medio de la soledad, del peligro de las tormentas o del acoso de los lobos, convirtieron en legendario un trabajo que era también una forma de vida, profundamente organizada y jerarquizada.
En el año 1920, el etnógrafo Rossend Serra i Pagès animaba a emprender la recopilación de piezas propias del arte de los pastores, además de sus relatos y composiciones musicales, e insistía en “la absoluta necesidad de reunirlo, porque seguramente seremos los últimos en hacerlo y será nuestro testamento”.