En las prendas de vestido, el algodón pronto desbancó al resto de las fibras textiles. Las ventajas que ofrecía eran evidentes: una mayor facilidad para la manipulación y el teñido, el bajo coste de la materia prima, y unas óptimas condiciones higiénicas y sanitarias, al conservar la temperatura corporal y facilitar la transpiración. Por todo ello, su mecanización, culminada durante las décadas centrales del siglo xix, se avanzó a la de la lana.