Conectando las dos naves que componen el edificio del museo, el bosque de alcornoques se convierte en un espacio al aire libre donde observar estos árboles y el rico sotobosque que les acompaña. El crecimiento de esta especie, Quercus suber, prácticamente se concentra en la cuenca occidental del Mediterráneo, en zonas donde la pluviometría anual oscila entre los 500 y los 900 mm, las temperaturas no son excesivamente bajas y el suelo es ácido, sin cal. El corcho es la corteza del alcornoque, un tejido suberoso que contiene entre treinta y cuarenta millones de células muertas. Cuando se extrae, queda al descubierto la corteza madre, la casca, y poco a poco las partes externas se deshidratan y se secan; en el interior, empieza un nuevo proceso de regeneración a partir del felógeno, que formará nuevas capas de corcho. Estas características ya eran conocidas por los antiguos griegos que, en el siglo V a. C., ya lo utilizaban para tapar ánforas de vino, herencia que recibieron los romanos y que posteriormente se extendió a lo largo de los siglos.