La consolidación de una manufactura de tapones en Cataluña empieza a partir del siglo XVIII, por la demanda de tapones destinados a unas nuevas botellas de vidrio capaces de resistir el transporte. En estas botellas se embotellaba vino, principalmente, y, en menor cantidad, champán. Los fabricantes de tapones eran dueños de su tiempo; combinaban el trabajo con actividades de ocio, cantaban mientras trabajaban o se hacían leer el diario. A pesar de la introducción de las máquinas, a finales del siglo XIX, durante muchos años se reservó la producción de más calidad a los fabricantes de tapones artesanos. Los últimos todavía trabajaban hacia el 1930. Una vez hecha la pela, la preparación del corcho empieza separando el destrío y clasificando las piezas según la calidad y el calibre o grosor. Finalmente, se preparan los fardos y se someten a un primer hervor para aplanar y reblandecer el corcho. Se dejan reposar al aire libre entre nueve meses y un año. Tras este tiempo se vuelven a hervir para empezar el proceso de transformación.