Una vez en el Gran Salón, la primera impresión que tienen los visitantes que lo ven por primera vez es la misma que se suele experimentar al entrar en un recinto sacro. Efectivamente, Rusiñol lo dispuso todo de tal forma que el Gran Salón tuviera el aspecto de un templo del arte. La altitud del techo y el magnífico artesonado que lo cubre, como también algunas de las obras que se pueden ver en él, ayudan a magnificar esta sensación.
Rusiñol situó su maravillosa colección de hierros en el Gran Salón, distribuidos cuidadosamente. En el centro colocó la colección de vidrios comprada a Alexandre de Riquer y la escultura del Forjador català (Forjador catalán) de su gran amigo Enric Clarasó. También colgó varias obras medievales, entre las cuales el Retaule de la Mare de Déu, sant Joan Baptista i sant Pere Apòstol (Retablo de la Virgen, san Juan Bautista y san Pedro Apóstol) —atribuido a Guillem Ferrer y datado entre 1390 y 1400—, los dos Grecos adquiridos en París, obras de otros autores como La partició del vi (La partición del vino), de Ignacio Zuloaga, o Boulevard de París, de Ramon Pichot, y numerosos retratos que Rusiñol hizo de sus amigos.
El Gran Salón del Cau Ferrat es uno de los ejemplos más auténticos de la idea del arte total que da forma al modernismo.