A finales del siglo III a. C. la península Ibérica fue escenario de la Segunda Guerra Púnica, en la que se enfrentaron cartagineses y romanos. El curso inferior del Ebro jugó un papel estratégico para la victoria romana. Derrotados los cartagineses, nada impedía la romanización de la Península, que, con el tiempo, pasó a formar parte del Imperio romano. Los romanos crearon una unidad política alrededor del Mediterráneo, formada por una gran diversidad de pueblos, e implantaron un nuevo modelo de poblamiento, el municipium, integrado por la civitas y el ager, la ciudad y el territorio.