La pintura modernista catalana presenta un estilo unívoco.
Entre la última década del siglo XIX y la primera del siglo XX conviven un conjunto de tendencias que tienen en común la voluntad de ruptura con el academicismo y el realismo, hegemónicos a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.
Ramon Casas y Santiago Rusiñol, entre otros, importan a Cataluña la influencia de la pintura francesa, desde el naturalismo hasta el simbolismo, y se convierten en abanderados de la modernidad. Entre estas propuestas estéticas, la obra de los artistas catalanes, que utiliza una pincelada libre y alejada de los convencionalismos estéticos, se debate entre el compromiso social y el decorativismo.
A finales de siglo, Rusiñol prosigue la búsqueda de nuevos lenguajes con la pintura de jardines, y Ramon Casas destaca en los retratos.