En la exposición permanente “El Ebro: camino de agua” se evidencia, en múltiples aspectos, que el Ebro es un gran río. Su influencia en la vegetación y la fauna no se limita al curso de agua, sino que se dispersa, extendiéndose por islas, galachos y orillas, donde los bosques de ribera constituyen un biotopo forestal lozano y exótico, entre las resecas terrazas del valle.
El Ebro es aún hoy en día (a pesar de los embalses, los vertidos industriales y las introducciones de fauna exótica, particularmente del siluro) uno de los ríos europeos de sus dimensiones menos degradado. Eso ha permitido que, no obstante algunas desapariciones, como la del esturión, conserve aún especies bien singulares, como la saboga, la lamprea, el mejillón de agua dulce o las palometas.
La exposición muestra también cómo el Ebro ha sido cuna para el poblamiento humano. La presencia bonificadora del agua ha permitido concentrar históricamente a las poblaciones del territorio en sus orillas. Sin embargo, las riadas y los frentes de guerra han sacudido periódicamente a los pueblos y las riberas del valle a lo largo de todas las épocas.