En el siglo XIX, las minas estaban formadas por galerías cortas que no solían superar los quinientos metros de longitud. Las herramientas de los mineros consistían simplemente en un pico y una puntona que se utilizaba para arrancar el carbón, además de una lámpara del gallo para iluminarse.
Desde las seis de la mañana hasta las seis de la tarde, la única fuente de luz de la que disponían los mineros era la que proporcionaban las lámparas del gallo, donde se quemaba la grasa sobrante de la cocina con una llama débil y maloliente. El nombre de lámpara del gallo se debe a la forma que tenía el tapón.