Encontrar en plazas y paseos de los pueblos al barquillero, que vendía barquillos (dulces) de distintas formas, era algo muy común. Este era uno de los recipientes que utilizaban para la conservación, transporte y venta de barquillos, con una capacidad para entre 5 y 6 kilos.
En la tapa superior incorporaba una ruleta (con números del 1 al 10) que se accionaba impulsándola con la mano. Cuando alguien daba una moneda al barquillero ambulante, este accionaba la ruleta y, si el participante acertaba el número ganador, recibía un barquillo.
También los había que contenían carquiñoles, los dulces típicos de L’Espluga de Francolí.