Durante siglos, la cultura del mundo rural estuvo basada en el ahorro, la conservación y la autosuficiencia. Únicamente si existían sobrantes, el destino de la cosecha era el mercado. El mercado era el espacio propicio para adquirir los bienes que se necesitaban y que no se poseían, además de un lugar donde mantener conversaciones, tratos, encuentros y relaciones.
La vida reclamaba una planificación severa, muy distinta de la improvisación con que llevamos a cabo el programa de nuestros días. Era necesario guardar y conservar alimentos para el invierno, que se hacía muy largo.
Quien tenía un huerto y un corral tenía mucho a su favor, porque era tanto como decir que contaba con una despensa bien provista: semillas, conservas, salazones, embutidos, salmuera, horcas de cebolla y ajos, ramilletes de hierbas para cocinar, huevos enterrados en cal, etc. Unas cosas, colgadas o enramadas; otras, bien colocadas en estantes… Todo esto se muestra tras una tela que puede recordar la de los corrales, en un despliegue que pone de manifiesto la riqueza abastecedora del mundo rural.