Las viñas, uno de los cultivos principales en Cataluña hasta la llegada de la plaga de la filoxera (finales del siglo XIX), obligaban al campesino durante muchas temporadas a estar gran parte del día trabajando la tierra.
Entre las cosas que ponía en la cesta para llevarse al terruño, además de la comida, las aceiteras y el cuchillo, estaba el salero de caña. Cada campesino solía hacer su propio salero con un trozo de caña, material resistente, económico, ligero y práctico. La propia caña evitaba que la sal se espesase, ya que retenía la humedad y no dejaba que llegase al interior.