La estética musical del siglo XIX surgía de la expresión de los sentimientos individuales del compositor e incluía las emociones más íntimas. El culto al virtuosismo instrumental y al genio compositivo fue una constante en el pensamiento estético musical del romanticismo. La industria experimentó un gran desarrollo en el curso del siglo XIX, que implicó cambios en el arte de los sonidos. Las mejoras tecnológicas, junto con los avances de la ciencia acústica, hicieron posible la construcción de instrumentos en serie con nuevos mecanismos y materiales. El arpa introdujo el uso de pedales. Por su flexibilidad, el piano se convirtió en el instrumento de tecla privilegiado. El violín modificó su construcción y sonoridad. En los instrumentos de viento, se aplicaron nuevas claves a los tubos para producir más notas. Se amplió la orquesta con estos instrumentos y se crearon las bandas. También surgió la posibilidad de la grabación y la producción de sonido diferido, con la construcción de instrumentos programados mecánicos. Edison inventó el fonógrafo el año 1877. La ópera se erigió como un verdadero fenómeno social y político. Los conciertos sinfónicos y las canciones más íntimas (lieder) tuvieron un impacto relevante en una clase emergente: la burguesía.