Àngel Jové (Lleida, 1940) es un artista que ha trabajado en múltiples disciplinas, desde el diseño hasta el cine, pasando por la pintura. A lo largo de los años setenta inicia una línea de trabajo conceptual marcadamente metafísica en que destaca la fotografía como elemento integrador de la iconografía. A partir del año 1982, emprende un retorno a la pintura. Por un lado, mantiene la concepción fundamentalmente fotográfica de la obra y la misma gama de ocres, dorados y colores terrosos tan característicos del artista; y por otro, acentúa la fuerte carga de elementos simbólicos y poéticos, mezclados con personajes o escenografías inquietantes.
Esta obra se inscribe en esa línea de experimentación, que establece una nueva dialéctica entre abstracción y figuración en un marco aún plenamente especulativo. La obra muestra una visión muy particular del arte sacro: una peculiar maternidad plenamente insertada en ese concepto metafísico al que hemos hecho referencia, donde las formas y los objetos se nos aparecen muy lentamente, como procedentes de una memoria ancestral que siempre tiene un cierto y fascinante sabor a muerte.