La llegada de los romanos a finales del s. III a. C. puso en marcha la romanización de la península ibérica, un proceso de adaptación de las comunidades indígenas hacia una nueva cultura y organización social y económica. Roma mantuvo durante más de 700 años un gran imperio alrededor del Mediterráneo, del cual la actual Cataluña fue un componente importante.
El territorio que denominaron Hispania les interesaba tanto para ampliar dominios como por los valiosos metales que podían extraer de las minas o por las grandes cantidades de cereales que obtenían de sus campos. Los romanos estructuraron el país trazando vías de comunicación donde solo había caminos embarrados, fundando nuevas ciudades y estableciendo pequeñas granjas de explotación agrícola y ganadera. Progresivamente, la población ibérica fue absorbida y quedó integrada dentro de esta nueva estructura social, política y económica.
Las ciudades romanas fueron centros políticos, religiosos, administrativos y económicos del territorio y reproducían a pequeña escala el papel que ejercía Roma, la gran urbe, en relación con el Imperio.