Antes de la llegada de griegos y romanos, las tierras ampurdanesas estaban habitadas por indígenas asentados en el territorio desde la Edad del Bronce final. Estos indígenas, cercanos a las sociedades prehistóricas, basaban su subsistencia en el cultivo de cereales, como testimonian la gran cantidad de silos hallados en este territorio. Los excedentes de estos cultivos fueron motivo de las primeras relaciones comerciales con distintos pueblos del Mediterráneo, como fenicios, etruscos y griegos. El contacto con estas culturas foráneas propició en toda la Península la evolución del mundo indígena y el desarrollo de la cultura ibérica. Esta, pese a no ser homogénea, desarrolló rasgos comunes, como la escritura, el panteón divino y prácticas como el cultivo extensivo y el trabajo de la metalurgia.
La zona del litoral gerundense estaba habitada por la tribu de los indigetes, conocidos gracias a las crónicas de autores clásicos como Plinio el Viejo y Estrabón. El pueblo de Sant Martí d’Empúries fue en la Antigüedad un islote habitado por los indigetes, y también el primer asentamiento griego en la Península. Este islote, denominado Palaiapolis (‘ciudad vieja’), constituyó parte del núcleo griego de Emporion durante cerca de siete siglos.