A pesar de la desaparición del estado romano, durante el periodo visigodo se preservó el sistema económico basado en la agricultura y en la dependencia de Tarragona a nivel político y religioso. Después de la invasión musulmana, la Conca pasó a ser tierra fronteriza hasta el siglo XII, entre los avances de los cristianos y los últimos reductos musulmanes de las Montañas de Prades.
Con la conquista de estos lugares se inició la repoblación por medio de colonos de la Cataluña Vieja y la concesión de cartas de población para favorecer la creación de nuevas poblaciones. Dichas cartas, redactadas por el conde-rey, estaban destinadas a su propio dominio, a nobles del Principado, pero también a órdenes religiosas y militares como la del Temple, que fundó la encomienda de Barberà, o a órdenes monásticas como la del Císter, que, bajo la protección condal, erigió el monasterio de Poblet, convertido en panteón real en el siglo XIV.
En las diferentes villas, con Montblanc al frente como cabeza de veguería, se materializó el auge económico del momento gracias a la actividad de mercaderes, artesanos, artistas y campesinos. Pero también gracias a la presencia de los judíos, organizados en la Conca en las aljamas de Montblanc y Santa Coloma de Queralt hasta su expulsión a finales del siglo XV.