Enorme mortero de bronce, con la mano de hierro, fabricado en el siglo XIX. De uso farmacéutico, pertenecía al abacero Anton Vila, tal como lo muestra una inscripción de 1828 hecha con letras floreadas. Sobresalen dos asas en forma de cabeza humana. Esta pieza tan pesada está sostenida por un pie de madera torneada. Los morteros de farmacia servían para reducir el tamaño de los ingredientes de la prescripción médica y mezclarlos. Además, los comprimidos se podían triturar para facilitar la ingesta.