Una villa romana era una explotación agraria separada en diferentes partes: la pars urbana, donde residía el dominus y su familia; la pars rustica, reservada a los esclavos y los trabajadores, y la pars fructuaria, destinada a la elaboración y el almacenamiento de los productos (vino, aceite, cereales...). Gracias a las excavaciones, se sabe que durante el Alto Imperio (s. I-III d. C.) la villa de Vilauba se estructuraba alrededor de un patio central porticado con galerías laterales, con el lado este abierto. Algunos de los ámbitos han podido ser identificados, como el triclinio, donde se llevaban a cabo los banquetes entre fastuosas paredes decoradas; la despensa, con las conservas de comida y los cacharros de cocina, o el larario, una pequeña capilla destinada a funciones religiosas. Las estatuillas de divinidades recuperadas representaban a Fortuna, Mercurio y el dios Lar, y según las creencias romanas, velaban por la salud y la prosperidad de los habitantes de la villa. El complejo se completaba con unas pequeñas termas que contaban con letrinas, vestidor, piscina de agua fría e incluso una sauna; el agua se calentaba a través de unos hornos alimentados por los esclavos y los sirvientes.