El encargado de transformar el cereal en harina era el molinero, que, por medio de una subasta pública, arrendaba el molino al común del pueblo, habitualmente durante un año. El contrato de arrendamiento establecía unos derechos y unas obligaciones para el molinero. Entre estas últimas, encontramos las obligaciones de pagar una parte en especie y otra en la moneda corriente, encargarse del mantenimiento de las instalaciones y las herramientas, y criar un cerdo para el pueblo que se utilizaba como macho reproductor. Por otra parte, el pago del molinero era la punhera, una medida de grano molido por galin que el vecino propietario del trigo cogía con el puño.
El proceso de transformación empezaba echando el grano en la tolva. El grano iba bajando por el canalón entre las piedras de moler, que lo molían y lo expulsaban al exterior, donde caía en el harinero. Para evitar que la harina cayese al suelo, las piedras estaban rodeadas por la cercha.
Posteriormente, se instaló en el molino una noria, que transportaba la harina molida hasta el cernedor, que se encargaba de separar los diferentes tipos de harina.