El material fósil obtenido en las diferentes intervenciones paleontológicas debe pasar por el laboratorio de restauración, que prepara los fósiles para que se conserven en condiciones óptimas y puedan ser estudiados por los investigadores o expuestos al público.
Para conservar un fósil, primero es necesario retirar el envoltorio aplicado sobre la pieza durante la excavación. Después se tienen que eliminar los sedimentos que envuelven el fósil y, paralelamente, es necesario ir consolidándolo, es decir, endurecerlo con una especie de cola líquida (este proceso ya empieza durante la excavación). Después, se registra la pieza: se le asigna un número de registro, que se escribe en el mismo fósil y se anota en una etiqueta. Una vez acabado todo este proceso, se guarda en el almacén de las colecciones.
El laboratorio también lleva a cabo la tarea de hacer moldes y réplicas destinadas al estudio, la exposición o el intercambio con otros centros de investigación: Como los fósiles son extremadamente delicados, hacer una réplica permite su manipulación y su estudio sin que corran ningún riesgo.
En el laboratorio también se prepara material no fósil, es decir, material actual, ya que para los investigadores es importante tener esqueletos actuales de diferentes animales para poder compararlos con los restos antiguos.