Hasta la llegada de las fábricas laneras al Valle de Arán (existían dos a finales del siglo XIX), el proceso de transformación de la lana en madeja se llevaba a cabo en las casas. Se trataba de una tarea de mujeres, que cardaban e hilaban la lana aprovechando las largas horas junto al fuego, sobre todo durante el invierno.
Esta pequeña industria lanera supuso un alivio de las tareas domésticas. Los vecinos de la comarca llevaban su lana, limpia y seca, a la fábrica. Aquí se transformaba en madejas, con las que las señoras podían tricotar ropa u otras prendas de lana necesarias para los miembros de su familia.
Primeramente, una vez que la lana estaba en la fábrica, se pesaba en una balanza romana. Después, según la cantidad de lana y las características que tenía que tener el hilo, y en función de las necesidades del cliente, se establecía el número final de madejas y el precio por el trabajo realizado. A partir de aquí, empezaba el procedimiento de transformación, el cardado de la lana. Consistía en un proceso de peinado de la lana para deshacer los nudos, y después se pasaba a la elaboración de la mecha.