Hasta mediados del siglo XX, en las zonas rurales, el vestido de novia acostumbraba a ser de color negro, ya que el color blanco se introdujo en tiempos más recientes a través de las ciudades. Solía decirse que el matrimonio empezaba y acababa de negro, color vinculado históricamente a la seriedad y a la solemnidad.
Estos vestidos eran también un claro indicador del estatus social de la casa de la joven que contraía matrimonio. Tenían un alto coste económico, algo que no todas las familias podían permitirse.