La pérdida de la sierra de Cavalls constató que la tentativa del Ebro había fracasado. Era preciso preparar la retirada de los restos del Ejército del Ebro. En la madrugada del 16 de noviembre los republicanos volvían a cruzar el Ebro, después de 115 días de combates.
La batalla hizo patentes las deficiencias del ejército republicano en cuanto a armamento y munición. La dificultad de la operatividad para el abastecimiento, el retraso en la llegada de la aviación y los errores estratégicos en el planteamiento y la operativa de la batalla fueron fundamentales. En esta batalla de desgaste, el triunfo lo obtuvo quien, finalmente, había podido disponer de más recursos humanos y materiales. El peso de la política internacional también hizo decantar la victoria en favor de Franco. En este sentido, el Pacto de Múnich, firmado por Inglaterra, Francia, Alemania e Italia, fue decisivo, porque dejó a la República a su suerte y sin ningún tipo de apoyo internacional.
En el Ebro, el ejército republicano había agotado toda su capacidad de respuesta. El 23 de diciembre de 1938 Franco empezaría su ofensiva definitiva contra Cataluña. Tres meses más tarde firmaba el “parte de la victoria” en Burgos. La derrota del Ebro supuso, por lo tanto, el golpe definitivo a la República y a la democracia. Acabada la guerra, los vencedores se comportaron de un modo implacable. Procuraron borrar los ideales, las vidas y la memoria de todos aquellos que habían defendido la legitimidad republicana.