La batalla dejó huellas tan profundas en la Terra Alta que aún hoy en día son perceptibles en muchos lugares de la comarca. Muchas personas perdieron la vida durante la contienda; otras murieron de hambre, quedaron huérfanas o viudas y un número considerable de personas sufrió las consecuencias de la represión franquista durante la posguerra. Aquellos que tuvieron más suerte y pudieron volver a casa por sí mismos se encontraron con un panorama completamente desolador.
Se habían borrado los antiguos caminos y habían aparecido otros nuevos, los que los soldados habían abierto durante la batalla para facilitar el paso de los blindados. El paisaje era casi irreconocible: las montañas quemadas, los huertos y los campos desaparecidos; toda la tierra había quedado sembrada de munición, infectada por los restos de chatarra bélica, y también de los cadáveres de los combatientes. De cuando en cuando, aparecía una trinchera o un socavón y, por doquier, cascotes y ruina. La mayor parte de los pueblos habían quedado ampliamente destruidos. Allí donde antes estaban la fuente, la iglesia, la plaza o la casa, tan sólo quedaban escombros. La tierra estaba herida. Aquella tierra alta, bella, ruda y fuerte se había roto y tardaría muchos años en rehacerse.