Santiago Rusiñol conoció Sitges en octubre de 1891 y desde entonces mantuvo con esta villa una relación de gran estima. Sitges ya había sido descubierta por los artistas de la denominada Escuela Luminista, algunos de ellos viejos conocidos del pintor. En Sitges, la pintura de Rusiñol se llenó de color, ya que abandonó los colores grises y terrosos de su etapa anterior en París. Pero no fue únicamente el paisaje y la luz lo que atrapó al pintor. La relación de amistad y estima con los aldeanos le reafirmó en su idea de tener una casa en la villa.
Sitges representaba una manera de vivir y de ser muy alejada de la sociedad urbana de la cercana Barcelona, donde los estragos de la industrialización no solo habían transformado su apariencia, sino que, sobre todo, habían creado una nueva sociedad que vivía en conflicto permanente.
Sitges fue un refugio, un pequeño paraíso cercano donde podía pintar y desde donde podía hacer las proclamas que querían transformar el arte y la manera de acercarlo a la sociedad.