La ladrillería y la alfarería son dos actividades artesanales vinculadas a un modelo de sociedad predominantemente rural, de base agraria y de economía de subsistencia. La alfarería tradicional cubría las necesidades cotidianas: cocinar, comer, beber... La alfarería de La Bisbal se caracteriza por estar hecha al torno, cocida una única vez en hornos de leña (monococción) y con tres tipos de acabado principales: el rústico o mate (piezas para la construcción y el ganado), el fumado (piezas de uso doméstico que presentan una coloración negra por humo) y el vidriado o barnizado (colores paja, rojo y verde obtenidos con engobes y barniz de plomo o galena). La decoración con barniz se limitaba a algunas partes de las vasijas en el caso de obra de barro (botijos, botijos de un solo pitorro, ollas, lebrillos); en cambio, para colorear la obra de pisa (platos, bandejas, barreños, cuencos) se utilizaban los engobes locales (rojos y blancos).
La ladrillería elabora piezas destinadas a cumplir funciones auxiliares para la construcción. Son productos toscos, austeros y sencillos; los objetos se hacen para poder aguantar, sostener y soportar, con una gran generosidad en lo que se refiere a su resistencia. Las piezas de ladrillería se elaboran a mano, siguiendo un proceso de trabajo idéntico en el que tan solo cambia el molde de madera. La obra propia de ladrillería se caracteriza por sus formas cuadradas y rectangulares, de grosores variables y sin ningún tipo de decoración. Por este motivo, podríamos decir que algunas de estas piezas, a pesar de seguir los procesos propios de la cerámica, por sus dimensiones, su grosor y su peso están mucho más cerca de la piedra que de la cerámica.