Llegado el verano, pastores y perros, entre cantos y ladridos, guiaban el rebaño hacia la montaña por los caminos ganaderos. Allí hacían vida en la barraca, de planta circular y hecha de pared seca. Cada día, al romper el alba, los mayorales, los pastores de derecha y de izquierda y los rabadanes soltaban el ganado, y pasaban la jornada vigilándolo. Al atardecer, preparaban el burro (cama de pastor) junto al redil donde encerraban el ganado. En las noches de tormenta, había que salir a rodearlo para evitar que se alborotara.