Las primeras máquinas manuales se limitaban a reproducir los procesos de elaboración artesanales, aumentando la productividad. La máquina de garlopa, que podría ser el símbolo de la primera mecanización, ya permitía hacer entre tres y cuatro mil tapones diarios, doblando el trabajo de los fabricantes de tapones. Eso significó la ruptura del aprendizaje tradicional y un primer paso hacia la proletarización del oficio del fabricante de tapones: el tiempo de aprendizaje era menor y, al permitir la incorporación de mano de obra femenina, produjo una caída sustancial de los salarios.