Estos patines, hechos con hierro, madera, cuero y goma, se caracterizaban por ser extensibles, de forma que la base se podía alargar a medida que el pie de su propietario crecía. El museo expone los que habían pertenecido al escritor Quim Monzó. Dicho autor nos recuerda que se los regalaron cuando tenía unos cuatro años y los utilizó hasta que cumplió los catorce. Según explica él mismo, en el momento de dar los patines al museo se dio cuenta, viendo el desgaste de la goma delantera, que nunca aprendió a frenar con el pie izquierdo.