Rica y estratégicamente bien situada, la ciudad de Lleida vive durante los siglos XIV y XV períodos de esplendor que alternan, como en toda Cataluña, con los de crisis. Aún así, una intensa vida económica convertirá la capital del Segre en uno de los principales núcleos de la Corona de Aragón, un hecho destacable por la arraigada presencia de las comunidades judía y musulmana.
El gótico se convierte en el lenguaje artístico y la Seu Vella se enriquece con el trabajo de prestigiosos artistas, a la vez que los monasterios del territorio, como el de Avinganya, reflejan la efervescencia artística de este momento histórico.
Un de los fenómenos artísticos más sintomáticos de esta dinámica es la notable actividad de los talleres escultóricos que, durante la segunda mitad del siglo XIV, se especializaron en la realización de retablos de piedra, una producción que se convertirá en característica de la zona y que se hable de una Escuela de Lleida de escultura gótica. El punto de partida de esta escuela es el escultor Bartomeu de Robió, con diversas obras conservadas en el museo, así como de los maestros que le sucedieron e imitaron su estilo.