Ahora, nos situamos en la segunda mitad del siglo XVIII. El clasicismo musical comportó una nueva estética con más transparencia rítmica y sonora. La música de los llamados compositores clásicos vieneses influyó en toda Europa. La tonalidad, estructura melodicoarmónica plenamente consolidada, exigió nuevos retos tanto a los músicos como a los instrumentos. La orquesta tuvo una singular evolución en la sonoridad, que ha sido modelo hasta nuestros días. El diálogo entre los instrumentos solistas y la orquesta consolidó nuevas formas concertísticas. El clarinete fue un instrumento emergente; otros instrumentos de viento perfeccionaron su construcción y sus mecanismos, aportando nuevos colores al conjunto musical (trompas, trombones, flautas y oboes). Aparecieron nuevos instrumentos, como el fortepiano. La sinfonía, género orquestal por excelencia, se convirtió, junto con las sonatas y los cuartetos de cuerda, en un paradigma formal en que el compositor desplegaba todo su oficio. La ópera siguió siendo vanguardista como producción musical de gran formato.