Cuando llega a la playa, el pescado se subastaba. En la subasta acudían los saladores y otros compradores. Con una gradación decreciente empezaba la cantinela de los números del precio: 25, 24, 23... Hasta que al primer “¡Yo!”, se interrumpía, ya que significaba que un comprador estaba interesado. Una vez vendido, el pescado se llevaba a los salines, para ser conservado en sal, o salía hacia otros mercados, como el de Barcelona.
En la época de los sardinales, el pescado se contaba por cuatrincas, o de cinco en cinco, y se ponía en cestos. Cada cesto era una cuenta. Las pescaderas también llenaban las cestas y hacían la venta en la plazoleta del Peix. En la época de las traíñas se ponían en el suelo las cajas de pescado y allí mismo se subastaba. Actualmente se hace en la lonja del pescado del puerto de La Clota, donde ya se ha informatizado el proceso de la subasta.