Tras la estancia de Ignacio de Loyola en Manresa, se empezó a considerar como lugar de culto la cueva donde Ignacio se recogía a rezar y escribir. Desde principios del siglo XVII, la orden jesuita fue erigiendo edificios en aquel lugar.
En el siglo XVI, los capuchinos habían construido su convento en terrenos próximos a estas grutas. Entre las dos órdenes se produjo un conflicto a propósito de cuál era la cueva que efectivamente ocupó el santo.
Este dibujo de 1731 reproduce los dos conventos y la relación entre uno y otro en aquellos terrenos.