A mediados de los años sesenta, Miró convierte en bronce las formas producidas a partir del acoplamiento de objetos, y en 1967 introduce el color en la escultura.
Los elementos que constituyen estas esculturas pintadas se ven destacados por el color y, paradójicamente, a consecuencia de esta coloración parecen más irreales. Las texturas toscas, rugosas, lisas o porosas quedan apenas insinuadas bajo una capa de color intenso.
En La caricia de un pájaro, una de las obras tridimensionales de Miró de mayor altura, los colores de los componentes ayudan a la neta diferenciación de las partes de un personaje y del pájaro que lo corona.