Colgado junto a la ventana observamos el vestido de bautizo, que antiguamente pasaba de una a otra generación. Poseía un alto valor simbólico, ya que significaba la continuidad de la casa: cuantas más personas de la misma familia se bautizaban con el mismo vestido, más antigua era la casa y más prestigio tenía.
La madre, después del parto, no podía salir de casa. Se consideraba «impura» hasta que asistía a un ritual especial de purificación en la iglesia, que se celebraba una vez pasada la cuarentena. Por ello a menudo no podía estar presente en el bautizo, que se celebraba lo más pronto posible.