Un buen balcón orientado al sur era un elemento distintivo de las casas pudientes. Solía estar protegido por el alero del tejado y tenía una barandilla con barrotes torneados a mano que podía costar una pequeña fortuna. Estas balconadas eran un lugar perfecto para tender la ropa, poner flores, secar algunos alimentos y pasar el rato. En su interior encontramos un espacio bien iluminado para coser o para realizar otras labores domésticas. En primavera y otoño constituían uno de los lugares privilegiados de la casa.